jueves, 20 de octubre de 2011

Guerras de papel: autobiografía y estrategia en las Memorias póstumas del general Paz


 

Parte primera

El personaje autobiográfico(1)

 



Yo había sido tantas personas fabricadas tantas veces por mí mismo.
Dalmiro Sáenz(2)

I

Uno de los problemas discursivos que enfrenta todo sujeto de la enunciación autobiográfica es el de legitimar su propia palabra, lo que se podría llamar “situación de discurso de la verdad”.
En la literatura autobiográfica argentina del siglo XIX, este problema exhibe un matiz propio: además de proponer una verdad estrictamente personal, los autores se involucran en la formulación de un concepto de nación (de “patria”) que, por sus características incipientes, aparece como un objeto discursivo privilegiado, un terreno virgen para ser expropiado por la propia palabra.(3)
En sus Memorias, José María Paz desarrolla una estrategia (él, que fue el gran estratega militar del siglo) para ser verosímil, creíble; lo hace, especialmente, poniéndose entre los extremos, manteniendo una equidistancia que lo habilite para que su palabra tenga todas las prerrogativas de la objetividad.
En esta primera parte se procura rastrear algunas huellas discursivas de este “juego” entre la escritura (autobiográfica) y la verdad (histórica).


II

Hay un relativo consenso crítico en que la autobiografía es un género discursivo-narrativo en el que coinciden o son congruentes autor, narrador y personaje. En el mismo nivel de generalidad, y de género, suele afirmarse que el primero construye al segundo para justificar, para explicar, al tercero. (“Puede creer alguno que trato de hacer mi panegírico, y se engaña, porque sólo he tratado de dar una explicación”, I, p. 104.)(4) Lejeune dice, en un sentido aproximadamente similar, que la autobiografía “representa el esfuerzo de un sujeto por construir su identidad”.(5)
Todo esto parece bastante obvio, pero plantea un problema menos obvio: ¿cómo hacerlo de manera convincente? Se podría establecer una tipología de los textos autobiográficos precisamente sobre la base de estas estrategias discursivas mediante las cuales el autor hace que su discurso predique la verdad, frente a la esperable desconfianza de todo lector.
Por supuesto, hay un enunciado modalizador (a veces implícito) del discurso autobiográfico-memorialístico, que actúa como operador metalingüístico: “Estoy diciendo la verdad.” No está ausente, por cierto, en las Memorias de Paz. Por ejemplo:
“Si algo de lo que he escrito es considerado como un desahogo, por lo menos créase que lleva el sello de la verdad, y que no soy inmoderado en ese desahogo” (II, 279).
“A pesar de todo, debo asegurar que lo que he estampado es la verdad” (II, 345, nota 143; los subrayados son míos).
Pero a nadie le conviene repetir regular u obsesivamente “digo la verdad, digo la verdad”, porque corre el riesgo de producir un efecto contrario al buscado; su discurso se vuelve tautológico, delirante, proselitista: esencialmente desconfiable.
Otras formas de legitimación son los testimonios ajenos, las pruebas “documentales”, que tampoco faltan en Paz.(6) De hecho, exhibe varios, especialmente las últimas cartas de Lavalle, quien, nada menos que antes de morir, pensó en su familia y en él, en Paz. (Esto lo hace, sobre todo, para desmentir las insistentes, y no del todo infundadas, versiones sobre su enemistad.)
Es posible también autenticarse mediante la construcción de un alocutario muy especial. Por ejemplo, en sus Confesiones, Agustín, al dirigirse directamente a Dios, especie de Alocutario absoluto, ¿cómo podría mentir?...(7)
Pero tal vez lo más complejo, y lo más eficaz, sea construir un personaje de sí mismo que sea verosímil, creíble, confiable. Complejo y eficaz, porque, al lograr lo que se propone, también borra, por lo menos hasta cierto punto, las huellas del procedimiento.


III

¿Qué tipo de personaje construye Paz de sí mismo? Veamos. Paz se confiesa, desde el principio, cultor del orden y de la disciplina, un tema central de las Memorias.
“Desde muy joven fui siempre amante del orden y de la regularidad, de la rigurosa equidad y de la severa justicia”, dice (I, p. 163).
“Es tanto lo que he sufrido desde mi juventud y durante mi larga carrera militar con los avances del desorden, con el que jamás pude transigir, y al que siempre combatí en la esfera en que, según mi clase, me era permitido girar...” (I, p. 118).
Pero no acepta exageraciones al respecto, como afirma en sus críticas al barón Holmberg:
“[El barón Holmberg] quería aplicar sin discernimiento a nuestros ejércitos semi-irregulares, los rigores de la disciplina alemana” (I, p. 18).
“... jamás quise mandar arbitrariamente y sin tener una pauta que reglase mis providencias y mis operaciones” (I, p. 62).
Incluso, con una actitud premonitoria, ve en el desorden de los ejércitos una cifra de la anarquía política y social del país en formación: “Veía en perspectiva todos los desastres que luego sufrió nuestro ejército, y las desgracias que iban de nuevo a afligir a nuestra patria” (I, p. 107). “Desgraciadamente, acerté en mi profecía”, confirma (I, p. 118).(8)
La moderación de la que se está hablando se reproduce también en el nivel de las opciones políticas:
“En ésta, como sucede generalmente en todas las discordias civiles, difícil sería hallar la justicia exclusivamente en uno de los partidos; por lo común ambos pasan los límites que marcan la equidad y la conveniencia pública” (I, p. 143).
“No desconocía yo las tendencias y las miras, más o menos disfrazadas, de los partidos que se proponían hacerme servir a sus intereses; a sus intereses, digo, salvando, se entiende, los de la causa, exclusivamente, porque yo no podía tenerlos personales...” (II, 252).
“Debe tenerse presente que en los mandos que he obtenido y destinos que he desempeñado jamás he formado partido, y que si he procurado merecer el aprecio de mis conciudadanos, ha sido por un proceder imparcial y justo, y no por chocantes preferencias” (II, 261).
Por ejemplo, al narrar la sublevación de Arequito, casi un comienzo simbólico de las guerras civiles, Paz siente la necesidad imperiosa de justificar su elección de ponerse de parte de los rebeldes, lo cual es todo un trauma para él. Entonces concluye:
“Me propuse vivir tranquilo, y no mezclarme en tan pobres negocios” (I, p. 186).
“Yo había hecho un estudio en no mezclarme en cosas políticas” (I, p. 192).
Como si sólo fuera un humilde militar, ajeno del todo a la política (¡imposiblemente ajeno a la famosa máxima de Von Clausewitz!). Lo que sucede es que, en política, Paz desearía ponerse “por encima” de los partidos, a favor de una causa —la lucha contra Rosas— que pretende dar por sobreentendida, figura de antonomasia que refiere un amor a la patria sin facciosidad:
“Nunca pertenecía facciones, de modo que, aunque me haya visto implicado en los partidos políticos, he huido, no sólo de las exageraciones, sino también de esas tendencias exclusivas de que adolecen los hombres que dependen de aquéllas” (I, p. 104).
“Mi conducta fue la que siempre fue guía de mis acciones, es decir, ofrecerme a la causa, sin afiliarme a las facciones” (II, 117).(9)
Cuando es gobernador de Córdoba, por un período muy breve (luego de vencer a Bustos y antes de caer prisionero), se propone mediar entre partidos:
“Mi política, desde que entré en Córdoba, fue la de la moderación” (I, p. 264).
“Como una prueba de la moderación que quise establecer en todos los actos de mi gobierno, citaré la de haber quitado el ceremonial, casi regio, con que mi antecesor se hacía rodear en las funciones de iglesia” (I, p. 265).
“En esta elección tuve que consultar no sólo la idoneidad de las personas, sino la fusión que quería hacer de dos antiguos partidos, cuyo odio inveterado había causado mucho mal en tiempos pasados a la provincia...” (I, p. 251).
“Esto era muy conforme a mis deseos, no por un motivo personal, sino por facilitar la organización nacional, que fue el objeto constante de mis esfuerzos” (I, p. 261).(10)
El efecto perseguido por esta actitud es obliterar, expulsar del texto una elección explícita entre opciones de igual nivel. Paz se vuelve una suerte de “enunciador abstracto”, para utilizar la expresión que Verón y Sigal aplican a Juan Domingo Perón en su libro Perón o muerte.(11) Esto sucede cuando, en determinados contextos —históricos y discursivos—, política y verdad se oponen tajantemente (¿cuándo no?).
Curiosamente, se da una relación explícita entre aquel afán de disciplina (en el ejército) y su ampliación a la escena nacional:
“Los dos puntos a que he hecho alusión estaban comprendidos en estas dos palabras: nacionalidad y orden. Mi intento era centralizar en lo posible la revolución, darle un movimiento regular y uniforme, y un carácter verdaderamente nacional. En cuanto a la organización del ejército, debía girar sobre un pie de orden y disciplina racional; quiero decir, una disciplina moderada y convenientemente arreglada a nuestro estado y circunstancias” (II, 257).
Y no es casualidad que también se verifique un reflejo de esto en la “composición” y el “estilo” de las Memorias, según el mismo autor:
“Iría muy lejos en esta reflexión si me dejase llevar de cuanto me sugieren mi imaginación y mi memoria; acaso tampoco podría conservar la calma que no quiero perder. Basta” (I, p. 164).
“He huido siempre de un estilo pomposo y de alabanzas que por ser demasiado abultadas he considerado ridículas” (I, p. 108).
No es casualidad que, después de esta declaración, vuelva por enésima vez a su tema preferido:
“Debo añadir que reconozco en nuestros paisanos aptitudes sublimes para la milicia y disposiciones para una disciplina racional, cuando se quiere y se sabe establecerla” (ídem).
En cuanto a su estilo castrense, tan unánimememte elogiado: contradiciendo a Sarmiento,(12) Paz no quiere mostrarse como un “militar a la europea”. Más bien, vuelve a aplicar su doctrina del justo medio, para afirmar que el militar debe adaptarse a las circunstancias:
“Preciso es confesar que nuestros generales de entonces meditaron poco sobre la naturaleza de esta guerra [...]. Generalmente olvidaron que la de un cuerpo de tropas debe ser adecuada a las localidades que han de servirle de teatro, a los enemigos que tiene que combatir, y a la clase de guerra que tiene que hacer” (I, p. 158).
“Causa admiración el recordar a algunos jefes nuestros, nacidos y criados en las ciudades, haciendo una ridícula ostentación de los atavíos y modales gauchescos, que tan mal saben imitar; en cuanto a mí, he mandado ejércitos compuestos de esos mismos gauchos, montando en silla inglesa, sin que me hayan desobedecido ni despreciado; pero he tenido también buen cuidado de no despreciarlos a ellos, ni ridiculizar un traje, que hasta cierto punto puede llamarse nacional” (II, 289).(13)
 Pero sí coincide con Sarmiento en la caracterización negativa que hace de Lavalle, que por cierto así se convierte en una de sus contrafiguras principales:(14)
“No admite duda que el ejército Libertador cometía desórdenes y que estaba entregado a una desenfrenada licencia. En alguna parte he indicado que este método, si tal puede llamarse, era sistemático y que el general Lavalle se había propuesto vencer a sus enemigos por los mismos medios que ellos lo habían vencido diez u once años antes. Entonces la licencia gaucho-demagoga se sobrepuso a las tropas regulares que él mandaba y ahora quería él sobreponerse a sus enemigos, relajando todos los resortes de la disciplina y permitiendo los desórdenes. Funesto error que, tanto en política como en lo militar, nos ha causado horribles males, y, lo que es más, ha hecho desvanecer la mayor parte de nuestras esperanzas” (I, p. 80, los subrayados son míos).
“Hubiera sido de desear más perseverancia para seguir un plan que había sido adoptado y un poco más de paciencia para desarrollar los pormenores de su ejecución. Estaba sujeto a impresiones fuertes, pero transitorias, de lo que resultó que no se le vio marchar por un sistema constante, sino seguir rumbos contrarios y con frecuencia tocando los extremos. Educado en la escuela militar del general San Martín, se había nutrido con los principios de orden y de regularidad que marcaron todas las operaciones de aquel General. Nadie ignora, y lo ha dicho muy bien un escritor argentino (el señor Sarmiento), que San Martín es un general a la europea, y mal podía su discípulo haber tomado las lecciones de Artigas. El general Lavalle, el año 1826, que lo conocí, profesaba una aversión marcada no sólo a los usos, costumbres y hasta el vestido de los hombres de campo o gauchos, que eran los partidarios de ese sistema: era un soldado en toda forma. [...] Cuando las montoneras de López y Rosas lo hubieron aniquilado en Buenos Aires, abjuró sus antiguos principios y se plegó a los contrarios, adoptándolos con la misma vehemencia con que los había combatido. Se hizo enemigo de la táctica y fiaba todo el suceso de los combates al entusiasmo y valor personal del soldado. [...] Hasta en su modo de vestir había una variación completa. [...] ¡Cuánto mejor hubiera sido que, sin tocar los extremos, hubiese tratado de conciliar ambos sistemas, tomando de la táctica lo que es adaptable a nuestro estado y costumbres y conservando al mismo tiempo el entusiasmo y decisión individual tan convenientes para la victoria!” (II, 142-143, ídem).
Antes, en cambio, había dicho sobre Belgrano:
“Sin abandonarse a los extravíos de una desenfrenada democracia, era sencillo en sus costumbres, sumamente llano en sus vestidos, parco en su mesa, moderadísimo en todos sus gastos” (I, p. 37).        
Si construir imágenes de los otros es una forma de hablar de sí mismo, por identificación o contraposición (como hace, famosamente, Sarmiento con Facundo),(15) no cabe duda de que Paz diseña un espacio ideal de caracterizaciones en el que se sitúa, previsiblemente, en el centro. Y da una mirada a su alrededor.


IV

Insisto: el personaje que Paz construye de sí mismo, como sujeto enunciador de la verdad, es la quintaesencia de la moderación. Un ethos del equilibrio, una ética del término medio, una teoría de los dos demonios que va dejando un espacio vacío donde el sujeto se instala cómodamente y da una mirada panóptica a su conflictivo entorno. Este efecto es tan fuerte que hasta le permite elegir como si no eligiera.



Notas
(1) Una primera versión de este texto fue leída como “Escritura y estrategia en las Memorias póstumas del general Paz”, en el Primer Encuentro de Estudios del Discurso, Buenos Aires, Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), junio de 1996.
(2) Mis olvidos. Lo que no dijo el general Paz en sus Memorias (novela), Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 26.
(3) Para este punto, ver especialmente el texto clásico de Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina, Buenos Aires, CEAL, 1982, passim. También el artículo de Nora Domínguez y Adriana Rodríguez Pérsico, “Autobiografía de Victoria Ocampo. La pasión del modelo”, en Lecturas críticas 2, Buenos Aires, julio de 1984, p. 22: “Nuestra literatura durante casi todo el siglo XIX estuvo marcada por la función política, por la intención cívica. [...] La autobiografía se ligó absolutamente a esa intención y se constituyó durante el siglo pasado en el gesto dominante, a través del cual la mayor parte de los hombres vinculados al quehacer político justificaron su actuación, construyeron un nombre.” Sarmiento llega a decir “Yo escribo la historia” (en carta a Mrs. Mann del 20/5/66, citado en Ana María Barrenechea, “Sobre la modalidad autobiográfica en Sarmiento”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, tomo XXIX, núm. 2, Buenos Aires, 1980, p. 515). También: “la estrategia del recuerdo afirma a los sujetos embarcados en el proyecto del progreso material y la modernización de la ciudad, del país, sustrayéndolos a las secuelas de esa transformación radical: la vulgarización y la forzosa mezcla con el otro, el recién llegado” (Enrique Pezzoni, “Miguel Cané, Lucio V. López: las estrategias del recuerdo”, en Babel, año II, núm. 13, Buenos Aires, 1989).
(4) Cito según la edición completa de 1954: José María Paz, Memorias póstumas, Introducción de S. López Montenegro, Buenos Aires, Almanueva, 1954.
(5) Philippe Lejeune, “Michel Leiris: autobiografía y poesía”, en Le pacte autobiographique, París, Seuil, 1975. Ver también Nicolás Rosa, El arte del olvido (Sobre la autobiografía), Buenos Aires, Puntosur, 1990: “En las Memorias la recordación es precisamente memorialista, se funde el recuerdo de la historia subjetiva y su verdad psíquica con el recuerdo de la Historia y su verdad histórica: las Memorias generan grandes hombres, verdaderos personajes donde autor, personaje y narrador son absorbidos por el acontecimiento de la Historia. [...] Las Memorias fundan un sujeto que no vacila: afirma y simula activamente escribir la verdad de los hechos, cree recordar todo y de todo, lo mejor, lo más provechoso para el relato de la verdad” (p. 61). Y Sylvia Molloy: “... la autobiografía decimonónica se legitima como historia, y como historia, se justifica su valor documental” (Sylvia Molloy, Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, México, FCE, 1991, p. 187).
(6) Ver Nora Domínguez y Adriana Rodríguez Pérsico, op. cit., p. 34: “La transcripción de cartas de otros sirven para devolverle(s) —previa selección— la imagen deseada. Ellas resultan eficaces por su fuerza testimonial. De esta manera, el modelo no se construye sólo con la palabra propia sino también a través de las voces de otros.” Un ejemplo: “Es enteramente exacto lo que dice en una carta el mismo general Belgrano, y cuya copia he visto; que, la indisciplina de nuestras tropas era el origen del atraso de nuestra causa y de las calamidades domésticas, que tanto han afligido y afligen aún a nuestro país” (I, 74). Sin embargo, hay en Paz cierta “pereza” para recurrir a documentación: “Innumerables cartas y papeles como éste existen en mi poder, que podrían servir de documentos justificativos de estas Memorias, y que los habría citado en sus lugares respectivos, si no me fuera muy penoso revolver papeles para extraer los que dicen relación a mi asunto” (II, 364). Es cierto que, cuando comienza a escribir, está preso y no tiene a mano más que su memoria. Ver también Molloy, op. cit.: “Sarmiento inventa una cadena de documentos para su yo” (p. 191).
(7) También Gregorio Nacianceno: “Tú, Verbo, eres testigo de lo que estoy diciendo” (Fuga y autobiografía, Madrid, Ciudad Nueva, p. 222).
(8) Este afán de orden lo lleva a una paradoja, quizás aparente: “... la vivacidad de mi genio y el horror que siempre tuve al desorden, me hacían quizá traspasar los límites de la prudencia” (I, p. 118). Y, por supuesto, a la figura de modestia o falsa autocrítica: “Como hasta ese espíritu de orden ha sido motivo de crítica para algunos que me son poco afectos, he querido indicar que siendo él tan arraigado en mí, es un defecto de que no puedo corregirme” (I, p. 164, subrayado mío). De todas maneras, los ejemplos se multiplican hasta la monomanía: “Me resolvía luchar a todo trance contra la indisciplina, y aventurarlo todo, antes que transigir con ella. No era éste un ciego capricho; mi resolución provenía no sólo de mis principios, sino del convencimiento de que sin ella sucumbiríamos, y yo me sacrificaría sin utilidad del público y sin gloria” (II, 206). “Hablando yo continuamente de ordenanza, de leyes militares y de disciplina, es difícil que haya ejército donde menos castigos se hayan hecho que en los que he mandado, mientras en otros, donde no se mentan las reglas y las formas, corre la sangre a torrentes, y se estremece la humanidad al ruido de horrendos castigos” (II, 182). “Los que me conocen, y aun los que no me conocen, saben que no soy un despilfarrador; harto he sufrido las censuras de mis compañeros por mis principios de orden y economía; harto me han criticado también otros, que no eran militares, por mi misma delicadeza, como la llamaban...” (II, 186, subrayado en el texto).
(9) Otra vez la figura de modestia: “Además, no tengo embarazo en repetirlo, ni soy ni fui jamás el hombre adecuado para las revoluciones; ni tengo esa audacia de carácter que hace sobreponerse a todo miramiento, ni poseo esa indiferencia por lo justo, equitativo y útil al público, que hace superior el interés individual a toda otra consideración” (I, p. 183). “Les fatigaba la independencia de mi carácter y mi entera prescindencia de partidos y fracciones” (II, 252). “Mi culpa real y verdadera ha sido querer tener juicio y conciencia propia” (II, 258).
(10) Es fácil encontrar otras opiniones, más o menos obvias, por ejemplo: “El general Paz, representando los intereses de los productores y comerciantes de Córdoba [que] necesitaban la paz para continuar mercando por las rutas tradicionales...” (Andrés Carretero, La llegada de Rosas al poder, Buenos Aires, Pannedille, 1971, p. 217). Sobre la situación política en Córdoba, antes y después de la Revolución, consultar (disfrutar) la obra maestra de Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente criolla, México, Siglo XXI, 1979, esp. pp. 23, 281. Para una visión más general, Antonio Zinny, Historia de los gobernadores de las provincias argentinas, tomo II, Buenos Aires, Hyspamérica, 1987, pp. 265 y ss.
(11) Ver Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o muerte, Buenos Aires, Hyspamérica, 1983, esp. p. 52 y ss.: “Más allá de la política, la verdad...”
(12) Ver Domingo F. Sarmiento, Facundo o Civilización y barbarie, prólogo de Noé Jitrik, notas de Nora Dottori y Susana Zanetti, Buenos Aires, Hyspamérica-Biblioteca Ayacucho, 1986, esp. p. 141.
(13) Un comentarista de Paz, Luis Franco, aparentemente seducido por la visión del memorialista, está en un todo de acuerdo con él (El general Paz y los dos caudillajes, Buenos Aires, Solar, 1984): “... los ejércitos de línea, batidos al principio por su pesadez con el recargue del parque y la artillería y su desconocimiento del terreno, pierden su fe en sí mismos, y caen en lo peor: imitar al enemigo; se vuelven pura caballería como él, relajan la disciplina a su estilo; son una pseudo montonera, muy inferior a la otra. Sólo Paz logrará apear a esos jinetes profundos” (p. 51). “Su disciplina y su constancia, sí, pueden venirle en parte del ejemplo del noble vencido de Ayohuma; lo demás —su pulso en topografías, psicologías y armas— sólo de su intuición asistida de experiencia. Otro detalle: es el más prudente y el más audaz de todos, o mejor, es lo uno en función de lo otro. Sin audacia, la prudencia es apocamiento; sin prudencia, la audacia se llama barrabasada o azar. La prudencia y la audacia son el pulgar y el índice de su diestra” (p. 68). Igualmente, Juan Bautista Terán: “Representaba una organización mental madura, igualmente distante de la de los militares europeizantes, simplemente librescos, y del primitivismo gaucho puramente empírico” (José María Paz. 1791-1854, Buenos Aires, Cabaut y Cía., 1936, p. 53). Para ampliar este punto —las tácticas militares de Paz—, ver la obra de su principal comentarista y anotador, Juan Beverina, El general José María Paz, Buenos Aires, Rioplatense, 1973; y, más en general, Liddell Hart, El espectro de Napoleón, Buenos Aires, EUDEBA, 1969, donde se estudian las novedosas tácticas de guerra (basadas en la dispersión, la movilidad y la adaptabilidad) que empleara el primer Napoleón, influido por Mauricio de Sajonia, Bourcet y Guibert.
(14) La otra es el temerario Lamadrid, por supuesto, quien en sus propias Memorias describe a Paz como apocado, indeciso, vacilante, por no llamarlo cobarde. Ver Gregorio Aráoz de La Madrid, Memorias, Buenos Aires, EUDEBA, 2 tomos, 1968, passim.
(15) Ver, para un análisis más pormenorizado de este procedimiento, Noé Jitrik, Muerte y resurrección de Facundo, Buenos Aires, CEAL, 1983, p. 25 y ss. Y Dalmiro Sáenz, en su novela: “Cada uno utilizaba al otro como excusa para ser uno. [...] Yo he dibujado los contornos de Quiroga y él dibujó los míos. Uno sin el otro no seríamos nosotros” (op. cit., pp. 157, 165).


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