sábado, 22 de octubre de 2011

Vindicación del bilardismo





Bilardo, Carlos

Futbolista. Director técnico.
Bs. As., 1942
Como director técnico de la Selección nacional (1983-1990), conquistó la Copa del Mundo en 1986 en México y el subcampeonato en 1990 en Italia. Aplicando las enseñanzas de su maestro Osvaldo Zubeldía, técnico del Club Estudiantes de la Plata en la década del sesenta, revolucionó la estrategia de juego tradicional, a nivel de seleccionado (...).
Diccionario de los argentinos, hombres y mujeres del siglo XX (publicación del diario Página/12
Buenos Aires, 2001).



En alguna parte, Borges compara las concepciones que de la poesía tenían Platón y Edgar Allan Poe. No viene al caso entrar en detalles, pero sí notar que Borges, con su habitual inclinación por las paradojas, concluye extrañándose de que un “clásico” (Platón) sostuviera una tesis “romántica”, y un “romántico” (Poe), una tesis “clásica”. En verdad, la conclusión nos remite a otro tópico borgeano: la relatividad de toda clasificación o, mejor, la sujeción de las clasificaciones a la perspectiva temporal (cultural) del observador.
El mismo Borges puede ser sometido a su propio sistema. Puesto a analizar La invención de Morel, de su alter ego Bioy, la interpreta como una metáfora de la soledad y de la esencial incomunicación humana (¿cómo no estar de acuerdo, recordando el memorable final?). Mientras que, casi contemporáneamente, Ernesto Sábato, eterno antagonista de Borges, interpreta esa “invención” como un eternorretornógrafo, remitiéndose al concepto pitagórico-nietzscheano, no del todo inaplicable a la novela de Bioy. Pero lo interesante, entonces, es que un autor considerado “intelectual” y “frío” sostiene una tesis “romántica”, y otro escritor, considerado “existencial” y “sentimental”, sostiene una tesis “clásica”.
¿A qué viene todo esto, hablando de fútbol?
Algún lector iniciado se adelantará y pensará, tal vez, en la siguiente paradoja, ya canónica. Menotti, hombre de izquierdas, “intelectual” progresista, fue el director técnico de la selección nacional de fútbol de la dictadura militar, durante un mundial rodeado de campos de concentración y otro en plena guerra de Malvinas. Bilardo, en cambio, hombre considerado poco menos que fascista y analfabeto (pese a ser médico), llevó a la selección a dos triunfos extraordinarios (el campeonato del ’86 y el subcampeonato del ’90) en plena democracia recuperada y bajo dos gobiernos distintos.
Pero todo lo anterior es un lugar común y no vale la pena analizarlo aquí, ni a favor ni en contra. Es tan obvio que merece ser puesto entre paréntesis para poder avanzar hacia ideas no tan congeladas en la inocuidad. Lo que me interesa es analizar qué subyace en las concepciones del fútbol de ambos contendientes clásicos. Más o menos, parecen conocidas. Menotti es relacionado con el fútbol “ofensivo” (pero practica el achique, actual eufemismo para la vieja “trampa del offside”), las individualidades creadoras (por lo tanto, un star system), la espontaneidad y la alegría del juego (pero los partidos de su selección, salvo excepciones, eran aburridísimos, Maradona nunca jugó bien en ella y, en definitiva, poco hay más triste que no ganar nunca). Bilardo, simétricamente, ha sido convertido en paradigma del fútbol defensivo (pero usa menos defensores “netos”), del esquema rígido (pero planifica cada partido de manera distinta, según el rival), del juego colectivo casi anónimo (pero Maradona hizo maravillas en esa estructura).
Primera paradoja o contradicción: el intelectual propone una tesis espontaneísta (por lo tanto, antiintelectual), y el bruto, una tesis intelectualista (por su fuerte contenido táctico, es decir, teórico).
Pero hay más todavía. Y lo principal, creo. Se sabe que, desde 1986, muchos equipos del mundo aplican el innovador sistema bilardista (líbero y dos o tres stoppers, laterales volantes, mediocampo muy concurrido, dos y hasta un solo delantero). Por lo menos, los equipos “chicos”, seguro. He aquí la clave. El “método” Menotti sólo funciona en equipos con jugadores “brillantes”, y siempre que éstos se “inspiren” y no tengan enfrente un equipo muy bien ordenado (pensar en los sucesivos fracasos colombianos). El “método” Bilardo puede ser aplicado por cualquier equipo con jugadores relativamente funcionales y sacrificados (no precisamente “estrellas”). Esto le viene, por supuesto, de su maestro, Osvaldo Zubeldía. De ahí que selecciones como Rumania, Nigeria o Bulgaria lo hayan practicado durante años, hasta poder desarrollar una mayor experiencia internacional. Ya no hay —todos lo dicen— equipos “chicos”. Y esto es, en gran medida, un fruto del bilardismo (así como el Estudiantes de Zubeldía fue el primer equipo “chico” que les disputó su lugar a los “grandes”).
(Por supuesto, en otro nivel más profundo, el bilardismo implica un intento desesperado —y por lo mismo heroico— de neutralizar el azar; las cábalas enfermizas son parte, y caricatura, de esto. Además, cuando se reivindica una estética del fútbol, ¿por qué, precisamente, habría solo una?)
Ésta es, por lo tanto, la paradoja central. Menotti, intelectual progresista (que elogia conservadoramente el fútbol “de antes”), propone un sistema elitista, a lo sumo anárquico. Bilardo, picapiedras retrógrado, ha instalado, guste o no, un sistema que socializó el éxito futbolístico, acortando las antiguas y sagradas distancias entre equipos grandes y equipos chicos, protagonistas y comparsas, fuertes y débiles, ricos y pobres —en el fútbol.




1997

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