viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Murió Samuel Fuller?




Truffaut dijo de Fuller que no era primario sino primitivo. No se me ocurre mejor definición para un cineasta que entraba a saco en todos los géneros y en todos los temas más “intocables”, y solía producir, casi por milagro, objetos artísticos de una extraña belleza.
Ideológicamente, Fuller tenía la sutileza de un elefante en un bazar. Anarco-liberal, tal vez: yanqui hasta la médula, entonces; pero su propia desmesura lo llevaba mucho más allá de lo que hoy se considera políticamente correcto. Muchas de sus películas, de hecho, fascinan culposamente a una mentalidad progresista, porque es difícil saber a qué atenerse ante ellas. Mete el dedo en todas las llagas (si se me permite abusar de otro cliché), sin la menor pretensión de sacarlo limpio. El rata, por ejemplo, es un policial extraordinario, sin “buenos”, en el que los comunistas son malos de pacotilla, casi caricaturas, pero no es seguro que Fuller buscara alguna forma de parodia, como uno estaría tentado de pensar desde ciertos parámetros actuales; él quiso mostrarlos así y basta.
¿Otros de sus “temas” arriesgados? Las relaciones amorosas interraciales en El kimono escarlata. La antiépica guerra de Corea en Cascos de acero. Un perro entrenado sólo para atacar negros en, precisamente, El perro blanco. La prostitución y la pederastia en The Naked Kiss. La Guerra de Secesión desde el punto de vista de un sureño que renuncia a los “Estados Unidos” y se va a vivir con los indios, en El vuelo de la flecha.
Una de sus últimas películas, Ladrones nocturnos, filmada en Francia, parece un homenaje a esa nouvelle vague que lo entronizó como uno de sus ídolos máximos. ¿Cómo no recordar aquí, en la colección de lugares comunes que es toda necrológica, la definición del cine que da personalmente en Pierrot le Fou, de Godard? El cine, el “amigo americano”, era para Fuller “como un campo de batalla: amor, odio, acción, violencia, muerte. En una palabra, emoción”. Curiosamente, no mencionó lo que se considera esencial (y tantas veces se sobreestima), la imagen. Y no creo que haya sido por el pudor de lo obvio: si algo no tenía Fuller, era pudor.

(Publicado en la revista La Vereda de Enfrente, 1997.)


 

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